El Universo alberga una serie de similitudes constructivas provocadoras, como la identidad de las partículas elementales. Estas partículas formadoras de átomos son tan idénticas que resulta difícil no pensar que son iguales.

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Cuando observamos los electrones, nos damos cuenta de que son exactamente iguales: mismo espín, misma masa y, por supuesto, carga negativa. Lo mismo ocurre con el positrón, la antipartícula del electrón, cuya única diferencia es su carga positiva.

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Pensando a mayor escala, los electrones son tan parecidos que sería como si pudieras ir al concesionario a cambiar tu coche averiado por otro exactamente igual, incluidos los defectos mecánicos, el desorden del asiento trasero y los arañazos de la carrocería. Nadie notaría la diferencia, ni siquiera tú.

Se calcula que hay al menos 1082 átomos repartidos por todo el Universo, que componen todo lo que conocemos y todo lo que nos queda por descubrir. Pero ante las posibilidades que este inmenso número conlleva, un físico no se privó de decir que tal vez sólo haya un electrón en todo el Universo. Para él, lo que vemos una y otra vez son sólo puntos de su trayectoria errante, rompiendo fronteras y viajando a través del tiempo.

Un experimento mental, una llamada telefónica y un robo

John Archibald Wheeler (1911-2008) fue un físico estadounidense de gran prestigio en los campos de la cosmología y el nacimiento de la física cuántica. Algunos historiadores de la ciencia le atribuyen el nombre de los agujeros negros.

Wheeler se tomó tan en serio la igualdad de las partículas elementales que en una llamada telefónica con su antiguo alumno, Richard Feynman, propuso que esos múltiples electrones son en realidad uno solo.

Para él, el electrón es capaz de ir y venir en el tiempo, creando una gran maraña, similar a un nudo. Cuando observamos, cortamos este nudo y sólo somos capaces de ver las innumerables trayectorias espacio-temporales realizadas por este electrón errante.

Es más, cuando este electrón ‘retrocede en el tiempo’, su carga puede parecer que cambia, generando lo que conocemos como positrón. Sin embargo, aunque el experimento mental de Wheeler era bastante interesante, e incluso plausible, aún quedaban algunas lagunas por resolver.

Hay menos positrones que electrones detectados en el Universo. Cuando se le preguntó por esta diferencia, el físico sólo respondió que podrían estar ocultos en los electrones.

Pero la idea no se descartó por completo. Feynman encontró interesante la relación entre el movimiento de los positrones y pasó a estudiar y desarrollar la electrodinámica cuántica, lo que le valió el Premio Nobel en 1965. En su discurso de aceptación, confesó ‘el robo’.