La estrategia comercial del presidente estadounidense ha experimentado un giro notable. La confrontación global inicial se transforma ahora en un duelo directo entre potencias: Estados Unidos contra China, territorio conocido para Donald Trump.

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Mientras se concede una moratoria de 90 días para los aranceles elevados que afectaban a numerosas naciones -manteniendo una tasa universal del 10%-, el gigante asiático recibe una carga impositiva sin precedentes del 125%. Esta medida desproporcionada supera ampliamente las tarifas aplicadas a otros socios comerciales.

El mandatario estadounidense justifica esta discriminación aludiendo a la respuesta de Pekín, que impuso un 84% sobre mercancías norteamericanas, calificándola como «irrespetuosa». No obstante, el trasfondo trasciende la simple reciprocidad punitiva.

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Para un líder cuya ascensión política se cimentó en la retórica anti-China, este enfrentamiento representa la continuación de una agenda inconclusa. «Ahora completamos lo que no pudimos finalizar antes», declaró ante la prensa.

El propósito resulta evidente: desmantelar el paradigma comercial establecido que posiciona a China como centro manufacturero global y cuestionar la premisa de que la intensificación del comercio constituye un beneficio intrínseco.

Actualmente, China domina la producción mundial de vehículos eléctricos con un 60% del mercado -gran parte bajo marcas nacionales- y manufactura el 80% de sus baterías. Ante esta realidad, Trump intensifica su ofensiva arancelaria.

La evolución de este conflicto dependerá fundamentalmente de dos variables: la disposición china para negociar y su eventual flexibilidad para implementar reformas estructurales en su modelo económico exportador.

La percepción china sobre su poderío económico está intrincadamente vinculada a su proyecto de revitalización nacional y la consolidación de su sistema político. Su hermético control informativo sugiere improbable la apertura a empresas tecnológicas estadounidenses.

Paralelamente, surge un interrogante sobre la posición norteamericana: ¿mantiene Washington su compromiso con el libre comercio? Trump frecuentemente presenta los aranceles como beneficiosos per se, no meramente como instrumentos negociadores.

Si China interpreta que la protección económica constituye el objetivo primordial estadounidense, podría descartar cualquier negociación. En consecuencia, las dos superpotencias mundiales se verían inmersas en una confrontación económica de suma cero, marcando el colapso del consenso histórico y el advenimiento de un escenario global potencialmente volátil.