Entre los siglos XVII y principios del XX, una de las pseudociencias más populares en Occidente fue el racismo científico. El tamaño de la nariz y la frente, la forma de la cabeza, el color de la piel: todas estas características físicas se utilizaron para justificar y apoyar una jerarquía violenta entre «razas» supuestamente diferentes.

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Se utilizó la teoría de la evolución de Darwin para justificar la supuesta superioridad de un grupo de personas sobre otro. La idea caló, y hasta el día de hoy la ciencia se distorsiona y se utiliza para justificar prejuicios.

En una entrevista con Super, el profesor Sérgio D. J. Pena, de la Universidad Federal de Minas Gerais (Brasil), explica por qué no existen razas de seres humanos. Es uno de los autores del libro «La evolución es un hecho».

Lo que la ciencia demuestra en realidad es que somos más parecidos de lo que parece, y nuestras diferencias externas son signos de la rica diversidad de la humanidad, lograda a lo largo de miles de años. El racismo no es científico. La idea de la humanidad como una gran familia sí lo es.

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¿Por qué se utiliza el concepto de «razas» para diferenciar a los animales no humanos?

Pena: En el campo de la biología, los animales en general no se clasifican en «razas» de la misma forma que se ha hecho históricamente con los humanos. En su lugar, se clasifican principalmente en especies, subespecies y razas, en el contexto de los animales domésticos.

Las especies son la unidad básica de la clasificación biológica. Una especie es un grupo de organismos que pueden reproducirse y generar descendencia fértil. Las subespecies, por su parte, son poblaciones geográficamente aisladas que desarrollan características morfológicas o de comportamiento distintas, pero que siguen siendo capaces de reproducirse entre sí. Presentan diferencias fenotípicas y genéticas, pero no hasta el punto de impedir la reproducción entre ellas.

En el contexto de los animales domésticos, «raza» se refiere a grupos dentro de una especie que han sido específicamente seleccionados por los humanos por características particulares. Por ejemplo, dentro de la especie canina doméstica (Canis lupus familiaris), tenemos razas como el golden retriever, el pastor alemán y el bulldog. Se desarrollaron mediante cría selectiva para acentuar determinadas características físicas o de comportamiento.

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La idea de «raza» entre los humanos ha sido ampliamente desacreditada en la biología moderna. La genética de poblaciones ha revelado que la variación genética entre las distintas poblaciones humanas es extremadamente pequeña en comparación con la variación dentro de las propias poblaciones. Por ello, muchos científicos prefieren hablar en términos de ascendencia genética u orígenes geográficos en lugar de razas humanas.

Las diversas características humanas han surgido de complejos procesos evolutivos, más que de una selección intencionada. La humanidad presenta una gran homogeneidad genética. Por lo tanto, el uso del término «raza» para los humanos se considera inapropiado, ya que no refleja las realidades científicas subyacentes a la diversidad humana.

¿Cuál es la explicación biológica de las diferencias físicas que se han utilizado para justificar la idea de las razas humanas?

La idea de «razas humanas» se ha apoyado a menudo en características fenotípicas observables, interpretadas como prueba de distinciones biológicas fundamentales entre grupos humanos.

Los fenotipos se refieren a las expresiones observables de un genotipo, incluidas características físicas como el color de la piel, el tipo de pelo, la forma de la cara y la estructura corporal. Sin embargo, las diferencias fenotípicas son el resultado de la compleja interacción entre los genes y el medio ambiente, y no de marcadores raciales fijos.

Las características físicas de las poblaciones humanas han sido moldeadas, en parte, por la selección natural en respuesta a variables ambientales. La variación del color de la piel es una respuesta adaptativa a los niveles de radiación ultravioleta. En las regiones cercanas al ecuador, donde la exposición al sol es alta, las personas con piel más oscura tienen una ventaja protectora contra los daños solares. Por el contrario, en zonas con menor exposición al sol, la piel más clara facilita la producción de vitamina D.

Estas adaptaciones no implican que un grupo sea superior o inferior a otro, sino que la variabilidad es una respuesta a la diversidad de condiciones ecológicas a lo largo de la evolución humana.

La forma en que estas características se han utilizado en la construcción social de la idea de «raza» ha sido a menudo selectiva. El énfasis en los rasgos superficiales ha contribuido a crear categorías rígidas que no reflejan la variabilidad genética dentro de las poblaciones. Los investigadores del siglo XIX hicieron hincapié en las características fenotípicas como si fueran marcadores de habilidades o disposiciones culturales. Esto se utilizó para crear jerarquías raciales sin base científica real, pero que reforzaban los prejuicios existentes.

La noción de «raza» como división biológica es una construcción socioeconómica que sirve a fines de dominación y control más que a una comprensión real de la diversidad humana.

¿Por qué no tiene sentido biológico distinguir poblaciones de distintos continentes como «razas»?

La distinción de las poblaciones humanas en «razas» basadas en distintos continentes carece de fundamento biológico y científico.

Las estimaciones muestran que más del 85% de la variabilidad genética de la población humana se encuentra dentro de grupos considerados de la misma «raza». La mayor parte de la diversidad genética de la especie Homo sapiens se encuentra dentro de los grupos «raciales» tradicionales, no entre ellos. Esto indica que, biológicamente, las diferencias entre individuos de cualquier población son mucho más significativas que las diferencias medias entre poblaciones de distintos continentes.

Las investigaciones basadas en la secuenciación genética han demostrado que la estructura genética de la población humana es mucho más compleja que las binarizaciones simplistas de la «raza». En lugar de categorías discretas, la genética humana se entiende mejor como un continuo que refleja las migraciones y las interacciones históricas entre grupos a lo largo del tiempo.

Las ideas de raza suelen separar a los individuos de forma artificial, sin tener en cuenta la rica historia común de la humanidad. Los antropólogos y genetistas contemporáneos abogan por un enfoque más integrado que reconozca la complejidad y fluidez de la identidad humana. En lugar de clasificar a los individuos basándose en características superficiales, la investigación actual hace hincapié en la importancia de entender la diversidad como parte de un patrimonio compartido y continuo.

El uso de la raza como forma de clasificación tiene profundas consecuencias sociales, pues fomenta la discriminación, el racismo y las divisiones sociales. Perpetuar la idea de «razas» basadas en continentes no sólo carece de sentido biológico, sino que contribuye a perpetuar las injusticias sociales.

La perspectiva de considerar a la humanidad como una sola especie, con una historia evolutiva compartida, promueve una visión más integradora y solidaria, esencial para construir sociedades más justas y equitativas.

¿Es biológicamente correcto decir que la humanidad es una gran familia?

Decir que la humanidad es una «gran familia» puede ser biológicamente correcto si tenemos en cuenta algunos aspectos fundamentales de la biología y la genética que ponen de relieve la unidad de la especie humana. Alrededor del 99,9% del ADN de todos los seres humanos es idéntico, lo que indica una base común en la evolución de la especie.

Desde un punto de vista evolutivo, todas las poblaciones humanas vivas hoy descienden de antepasados comunes surgidos en África hace unos 300.000 años. La diversidad genética es un componente vital para la resistencia y la adaptación de las poblaciones humanas. Así, la variación entre grupos puede considerarse una forma de riqueza que contribuye a la supervivencia de la especie en su conjunto, algo que puede reforzar aún más la idea de que somos, de hecho, una gran familia.

Considerar a la humanidad como una «familia» también puede interpretarse en términos culturales y sociales. Nuestra capacidad única de comunicación, cultura y cooperación social contribuye a crear vínculos que trascienden las categorías raciales y étnicas. La empatía, la solidaridad y las conexiones sociales que formamos pueden verse como reflejos de esta idea de unidad.

La construcción social de la raza y la discriminación han conducido a la fragmentación y división entre grupos humanos. Para que la idea de la «gran familia» se materialice en términos sociales y éticos, es esencial que exista un compromiso continuo para luchar contra las divisiones, el racismo y la discriminación, promoviendo la empatía y la solidaridad entre todos los seres humanos.

Debemos hacer todos los esfuerzos posibles para construir una sociedad desracializada en la que se valore y celebre la singularidad del individuo y en la que exista la libertad de asumir, por elección personal, una pluralidad de identidades. Este sueño armoniza con el hecho, demostrado por la genética moderna, de que cada uno de nosotros posee una individualidad genómica absoluta que interactúa con el entorno para conformar una trayectoria vital única.

En un cuento de la escritora mozambiqueña Mia Couto, el personaje negro João Passarinheiro es detenido y, al ser interrogado por la policía, dice: “Mi raza soy yo mismo. Una persona es una humanidad individual. Cada hombre es una raza, oficial”. Que la sabiduría de João Passarinheiro nos guíe.

En esta época de aumento del odio étnico y del racismo, debemos olvidar las superficiales diferencias de color entre los grupos continentales y distinguir, detrás de la enorme diversidad humana, una única familia, formada por individuos igualmente diferentes. Esta unidad será indispensable para impulsar un esfuerzo solidario de lucha contra la degradación medioambiental del planeta, que amenaza la propia supervivencia de nuestra joven especie.