Al famoso escritor británico C.S. Lewis, creador del universo literario de Narnia, se le atribuye una frase que describe muy bien lo que la oración significa para muchas personas.
“Rezo porque no puedo evitarlo, rezo porque estoy desconsolado, rezo porque la necesidad de hacerlo fluye a través de mí todo el tiempo, despierto o dormido. (Rezar) no cambia a Dios. Me cambia a mí”, dijo una vez el autor.
Hilary, oyente del programa científico de la BBC Crowdscience, siente algo parecido cuando reza sentada en el tronco de un árbol o dando un paseo: “Cuando rezo, siento una conexión con Dios. Pero la oración tiene muchas variantes. Puede ocurrir en la calma de un momento y puede ser sin palabras, y hay veces que puede ser una oración en grupo en la iglesia”.
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Pero últimamente, cuando se sienta a rezar, le viene a la cabeza una pregunta: “¿Cómo afecta la oración al cerebro y al bienestar mental?”.
El equipo de BBC Crowdscience consultó a expertos para tratar de entender qué ocurre en el cerebro de las personas que rezan y si este mecanismo está necesariamente relacionado con las creencias religiosas, o si tal vez podría estar presente en quienes meditan o llevan una vida creativa.
El neurocientífico Andrew Newberg, director de investigación del Instituto Marcus de Medicina Integrativa de la Universidad Thomas Jefferson de Estados Unidos, se dedica a estudiar los efectos de la oración y otras prácticas religiosas en el bienestar mental de sus pacientes.
Mediante resonancia magnética, su equipo pudo ver las zonas del cerebro que se activan cuando una persona reza.
“Una forma habitual de rezar es cuando una persona repite una oración concreta varias veces como parte de su práctica. Y cuando se realiza una acción como esa, una de las áreas del cerebro que se activa es el lóbulo frontal”, explicó el experto a la BBC.
Esto no es sorprendente, ya que el lóbulo frontal tiende a activarse cuando nos concentramos profundamente en una actividad. Lo que sorprende a Newberg es lo que ocurre cuando las personas entran en lo que perciben como ‘oración profunda’.
“Cuando la persona siente que la oración casi se está apoderando de ella, por así decirlo, la actividad del lóbulo frontal en realidad disminuye. Esto ocurre cuando el individuo dice sentir que no es él quien está generando la experiencia, sino que se trata de una experiencia externa que le está sucediendo”, explicó el investigador.
La oración profunda, descubrió Newberg, también genera una reducción de la actividad en el lóbulo parietal, en la parte posterior del cerebro. Esta zona recibe información sensorial del cuerpo y crea una representación visual de la misma.
Newberg afirma que una reducción de la actividad en el lóbulo parietal podría explicar los sentimientos de trascendencia que manifiestan quienes rezan profundamente: “A medida que disminuye la actividad en esta zona, perdemos el sentido del yo individual y tenemos esta sensación de unidad, de conexión”.
¿Una cuestión de fe?
Para Hillary, la explicación de Newberg tiene sentido, y la relaciona con lo que siente cuando reza: ”Supongo que la sensación de perder el sentido del yo individual tiene que ver con esta conexión que siento con Dios cuando estoy en oración contemplativa”. Pero la oración es una experiencia inmensamente personal: para Hillary puede ocurrir sentada en el tronco de un árbol o paseando por la naturaleza.
Pero la oración es una experiencia inmensamente personal: si para Hillary puede ocurrir sentada en el tronco de un árbol o paseando por la naturaleza, para otros puede ser en un diálogo en voz alta con Dios, en absoluto silencio o incluso cantando.
¿Podrían prácticas similares a la oración, pero sin ninguna base religiosa, producir los mismos efectos que sienten quienes tienen creencias profundas?
Para Tessa Watt, especialista en meditación y prácticas de atención plena que ha trabajado con cientos de clientes, este estado se puede conseguir centrando la atención en el presente y en las sensaciones que experimentamos.
“Creo que tanto el acto de rezar como la atención plena ayudan a calmar a la persona para que tenga más tiempo para sí misma y también activan el sistema nervioso parasimpático”, explicó Watt.
El sistema nervioso está formado por dos sistemas autónomos distintos que controlan la mayoría de las respuestas automáticas del cuerpo.
Por un lado, el sistema simpático regula las llamadas respuestas de ‘lucha o huida’, que exigen que el cuerpo reaccione rápidamente ante una amenaza. Por otro lado, las tareas relacionadas con el ‘descanso y la digestión’ se dejan en manos del sistema parasimpático.
“Esto significa que, practicando mindfulness, aprendes a calmar tu respuesta de lucha o huida y te vuelves más eficiente a la hora de controlar tus emociones”, afirmó Watt.
Relación con Dios
Para algunas personas que crecen en ambientes fuertemente religiosos, la relación con un dios puede reflejarse en las relaciones emocionales con la gente que les rodea, según explicó a la BBC el investigador Blake Victor Kent, sociólogo del Westmont College de California.
“La oración puede ser beneficiosa, pero hay que tener en cuenta diferentes factores, sobre todo cómo se conecta emocionalmente con Dios”.
Blake fue pastor y hoy estudia el impacto que tiene la religión en la vida de las personas.
“Si vienes de un entorno en el que es difícil confiar en los demás, rezar te resultará sin duda más difícil”.
Para entender lo que dice de Blake, tenemos que hablar de la teoría del apego en psicología: la idea de que la relación que los seres humanos tienen con sus cuidadores primarios define el tipo de relación que tendrán en el futuro.
La teoría dice que si de niño tuviste un cuidador presente y fiable, sin duda formarás vínculos ‘seguros’ de adulto. Si tuviste un cuidador inconsistente, como Blake, será difícil que establezcas relaciones de confianza como adulto – la confianza es fundamental para el desarrollo de la fe. Esto puede hacer muy difícil para algunos generar una relación íntima con Dios y, si viven en un entorno muy religioso, pueden sentirse culpables por no haber sido capaces de desarrollarla.
“Para mí”, dice Blake, “rezar se siente vacío, arriesgado, incierto”.
Blake se define como una persona ansiosa que sufrió mucho durante su carrera como pastor porque sentía que había algo que no hacía bien cuando rezaba.
“Y creo que lo mismo le pasa a mucha gente en las congregaciones religiosas, que les hace sentir que están haciendo algo mal o que Dios está molesto con ellos”, cuando rezan y ven que no obtienen los mismos resultados que los demás a su alrededor.
Aunque tener una relación insegura con Dios puede ser perjudicial, Blake afirma que comprender de dónde procede esta inseguridad puede ayudar. Además, los vínculos pueden modificarse mediante psicoterapia, algo que puede ser positivo para la salud mental en general.
Actividades creativas
Según el neurocientífico Andrew Newberg, sus investigaciones revelan que hay otro tipo de momentos en los que las imágenes cerebrales son notablemente similares a las de la oración profunda en las resonancias magnéticas.
“Se han realizado estudios muy interesantes de músicos muy bien entrenados que, cuando empiezan a improvisar, disminuye la actividad de sus lóbulos frontales, y es casi como si la música viniera a ellos del mismo modo que ciertas personas sienten que Dios viene a ellos”, afirma.
“La creatividad puede ser una práctica profundamente espiritual para muchas personas, tengan o no una vida religiosa. Y creo que las dos cosas están relacionadas, porque el cerebro no tiene un área designada sólo para la religión”.
Newberg explica que los centros emocionales de nuestro cerebro se estimulan con las experiencias trascendentales, ya sea hablando con Dios o escuchando la Novena Sinfonía de Beethoven.
“Y, por supuesto, con las prácticas religiosas y espirituales está más que demostrado que funcionan, si tenemos en cuenta la enorme cantidad de tiempo que llevan siendo utilizadas por los humanos y cómo persisten más allá de los cambios políticos o las tradiciones culturales”.
Tras escuchar a los expertos, Hillary declaró a la BBC que puede entender mejor sus experiencias y cómo se relacionan entre sí.
“Puedo reconocer que tengo una experiencia similar pero diferente a través de todas estas actividades. Cuando rezo, tengo una conexión con Dios. Pero cuando canto y tengo una sensación similar, es una conexión con la música”.
“Puedo decir que tanto cuando hablo con Dios como cuando canto con el coro, siento algo espiritual”.