Storm Reveley tenía 19 años cuando empezó a sufrir dolores abdominales, que inicialmente atribuyó al estrés emocional de una ruptura. Sin embargo, dos meses después le diagnosticaron cáncer de ovario.
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En marzo de 2021, poco después de terminar su relación, Storm empezó a sentir punzadas en el estómago. La joven de 22 años creía que los síntomas estaban relacionados con la ruptura. Intentó eliminar los productos lácteos de su dieta, imaginando que podían ser la causa del malestar, pero los dolores persistían, acompañados de malestar y falta de apetito.
“No podía comer nada. Sólo tenía que comer un poco para sentirme llena, lo que no era normal en mí”, declaró Storm a The Mirror. También empezó a perder peso, a sentirse hinchada y mareada. “Era como si me arrastrara todo el tiempo. Me despertaba en mitad de la noche con dolor de vejiga y mis deposiciones se volvieron irregulares”.
Diagnóstico de un tumor ovárico
Preocupada, Storm acudió al médico, que en un principio sospechó que padecía el síndrome del intestino irritable (SII) y le recomendó cambios en la dieta. Sin embargo, sus síntomas empeoraron y una amiga de la universidad, al darse cuenta de la gravedad de la situación, la llevó al hospital.
“Recuerdo que una enfermera me examinó el vientre y me dijo que notaba una masa”, recordó Storm. “La comparó con el tamaño de un feto de 18 semanas”. Al día siguiente, una ecografía reveló que los médicos no podían visualizar su ovario, lo que la llevó a ser hospitalizada y sometida a una tomografía computarizada.
En mayo de 2021, Storm fue operada de urgencia para extirparle el tumor, que inicialmente se identificó como un quiste ovárico. Tras una operación de seis horas, los médicos confirmaron que padecía cáncer de ovario de células germinales.
“Cuando recibí el diagnóstico, mi primera reacción fue llorar”, añadió.
Storm empezó la quimioterapia en junio de 2021 y terminó el tratamiento en septiembre de ese año. Aunque mantuvo una actitud positiva durante el proceso, admitió que tuvo que enfrentarse a retos emocionales una vez finalizado el tratamiento.
“No me permití sentir rabia, frustración o tristeza durante el tratamiento, pero te afecta incluso cuando termina. No se acaba realmente cuando tocas el timbre”, reflexionó.