La mayoría de la gente se ha dado cuenta de que cuando pasa algún tiempo sumergida en el agua -ya sea en la piscina, el mar o un baño- se le arrugan los dedos. Aunque pueda parecer una simple reacción a la humedad, la ciencia ofrece una explicación más compleja y fascinante de este fenómeno. El origen de las arrugas temporales de los dedos está directamente relacionado con el sistema nervioso autónomo, responsable de controlar diversas funciones involuntarias del organismo.

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Según diversos estudios, el contacto prolongado de la piel con el agua desencadena una contracción de los vasos sanguíneos situados justo debajo de la superficie cutánea. En este sentido, esta reacción evolutiva tiene como objetivo mejorar el agarre en ambientes húmedos, permitiendo un mejor agarre en superficies mojadas como piedras y ramas. Así, al desarrollar arrugas en los dedos, aumenta la fricción, facilitando la manipulación de objetos resbaladizos, lo que en el pasado ayudaba en situaciones de supervivencia en la naturaleza.

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Como explican los investigadores, las arrugas no son el resultado de que la piel simplemente absorba agua. Se trata más bien de una respuesta activa del sistema nervioso, que activa los nervios responsables de contraer los vasos sanguíneos. Este ajuste específico permite que la piel de las extremidades, como los dedos de manos y pies, se encoja de forma localizada, formando arrugas. Estas partes del cuerpo, que tienen mayor contacto con el agua, se adaptan para mejorar la funcionalidad y la seguridad en entornos húmedos.

Aunque es frecuente, la aparición de arrugas en los dedos no es vital para la salud y desaparece de forma natural tras un tiempo fuera del agua, cuando la circulación sanguínea se normaliza. En definitiva, este fenómeno revela la capacidad del organismo para adaptarse temporalmente a distintos entornos.