La propuesta de deportación masiva de Trump revela una contradicción fundamental en la sociedad estadounidense. Un escenario similar al planteado por Sergio Arau en su película «Un día sin mexicanos» podría convertirse en una realidad económicamente catastrófica para la nación.
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Los números son reveladores: 11 millones de inmigrantes indocumentados representan 8,3 millones de trabajadores esenciales. Su eliminación no sería simplemente un cambio demográfico, sino un terremoto económico con réplicas en múltiples sectores productivos.
La agricultura sería el primer sector en colapsar. Los campos de frutas y lácteos funcionan gracias a trabajadores inmigrantes dispuestos a realizar tareas que la población local rechaza. La explotación laboral se ha convertido en el modelo económico para mantener estos sectores competitivos.
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Servicios como restaurantes, jardinería y limpieza quedarían prácticamente paralizados. Pequeñas empresas, muchas de ellas propiedad de simpatizantes de Trump, verían desaparecer instantáneamente su fuerza laboral, generando un caos económico local.
Las consecuencias económicas serían inmediatas y profundas. La escasez de mano de obra provocaría un aumento en los salarios, generaría inflación y posiblemente obligaría al banco central a incrementar los tipos de interés, reduciendo la competitividad empresarial.
El impacto social sería devastador. Más de 4,4 millones de niños nacidos en Estados Unidos vivirían la traumática experiencia de la separación familiar. La política migratoria se convertiría en un factor de desintegración social.
Los trabajadores inmigrantes que permanezcan entrarán en una espiral de mayor vulnerabilidad. El miedo a la deportación les obligará a aceptar condiciones laborales cada vez más precarias, consolidando un sistema de explotación económica.
La paradoja es aplastante: una nación construida por inmigrantes, donde el 98% de la población actual son descendientes de inmigrantes, busca expulsar a quienes sostienen su estructura económica y social.
