Los aullidos de las sirenas rasgaron la mañana ucraniana del martes. El enemigo enviaba su letal felicitación de aniversario: misiles de crucero rusos navegaban por el aire hacia la capital de un país que cumple tres años resistiendo al gigante del Este. Las pantallas de los teléfonos ucranianos se iluminaron con un mensaje cristalino: «Peligro en los cielos. Busquen refugio. La muerte viene volando».
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El rostro exhausto de Volodymyr Zelensky refleja más que el cansancio de tres años de guerra. Refleja la reciente orfandad política tras ver cómo su principal padrino financiero —Estados Unidos— ahora está en manos de un hombre que prefiere estrechar la mano del Kremlin.
«La amenaza permanece suspendida en nuestro aire. No abandonen la seguridad hasta que nuestros cazadores hayan limpiado el cielo», advirtió con frialdad militar el comando de Kiev a través de Telegram, mientras miles de ucranianos se apretujaban bajo tierra.
El saldo inmediato: una mujer de 44 años herida en Obukhiv, donde los proyectiles mordieron edificios y dejaron cicatrices en el paisaje urbano. Mientras tanto, Moscú presumía en sus canales oficiales de haber derribado 19 «pájaros metálicos» ucranianos durante la noche —drones que intentaban equilibrar una batalla asimétrica.
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Este intercambio de fuego ocurre exactamente un día después de que Ucrania marcara tres años desde que los tanques rusos cruzaron sus fronteras, desatando el infierno europeo más devastador desde que Hitler cayó. El 24 de febrero de 2022, Putin firmó la sentencia que ha enviado a decenas de miles de almas al otro mundo, ha convertido a millones en nómadas sin hogar y ha transformado prósperas ciudades en paisajes lunares.
El ajedrez de la paz: Todos mueven, nadie gana
El Kremlin, afianzado en el 20% del tablero ucraniano, juega ahora la carta diplomática mientras sigue disparando: «Estamos listos para conversar», dice Moscú con una mano, mientras con la otra apunta misiles. «Pero solo dejaremos las armas cuando la paz sea conveniente para nosotros». Y señala acusadoramente hacia Europa: «Ellos quieren que la sangre siga corriendo».
Las exigencias rusas son claras: Ucrania debe entregar formalmente cinco provincias —algunas ya bajo control ruso, otras parcialmente ocupadas— y olvidarse para siempre de su sueño atlántico de ingresar a la OTAN.
En el otro extremo del tablero, Zelensky convocó a sus peones, torres y alfiles en Kiev: «Debemos forjar la paz con músculo, inteligencia y cohesión», proclamó ante una veintena de dignidades extranjeras, incluyendo a Ursula von der Leyen (Comisión Europea), Justin Trudeau (Canadá) y Pedro Sánchez (España). «2025 debe marcar el nacimiento de una paz verdadera y perdurable», afirmó con la determinación de quien ve cómo su posición en el tablero se debilita.
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El antes inflexible presidente ucraniano, quien juraba no ceder ni un centímetro de su nación al invasor, ahora ve cómo el reloj juega en su contra. La llegada del magnate republicano a Washington ejerce una presión gravitacional que podría obligar a Kiev a firmar una rendición disfrazada de acuerdo.
El huracán Trump: Cambiando las reglas del juego
El expresidente y ahora nuevamente inquilino de la Casa Blanca ha revolucionado el tablero geopolítico. Trump no solo ha adoptado la narrativa del Kremlin —culpando a Ucrania por «provocar» la invasión rusa de 2022— sino que ha iniciado conversaciones con Moscú sin invitar a los ucranianos ni a los europeos a la mesa.
El multimillonario ha mostrado sus cartas sin pudor: quiere recuperar cada dólar enviado a Kiev desde 2022. ¿Su método? Exigir a Ucrania pagar con sus entrañas minerales, específicamente con los codiciados metales raros que yacen bajo el suelo de la nación invadida.
Kiev, acorralado, anunció este lunes estar ultimando los detalles de este matrimonio forzado: un acuerdo que permitirá a Washington explotar las riquezas subterráneas ucranianas.
Moscú: La sonrisa del gato que se comió al canario
Mientras tanto, en los pasillos del poder ruso, apenas pueden disimular la satisfacción. Trump ha hecho lo que parecía imposible: quebrar el cordón sanitario que Occidente había tendido alrededor de Putin y abrir canales directos con el Kremlin.
La metamorfosis en la política estadounidense quedó cristalizada este lunes cuando Washington presentó ante la Asamblea General de la ONU un proyecto de resolución exigiendo el fin del conflicto… pero, por primera vez, sin mencionar la integridad territorial ucraniana —el principio sacrosanto que hasta ahora era innegociable.
A pesar de este giro sísmico, la Asamblea General reafirmó el derecho de Ucrania a mantener sus fronteras internacionalmente reconocidas: 93 naciones apoyaron a Kiev, 18 (incluyendo, paradójicamente, a Estados Unidos) votaron contra, y 65 se refugiaron en la abstención.
Europa: Intentando salvar los muebles
Frente al nuevo orden trumpiano, las capitales europeas intentan maniobrar en aguas turbulentas. Emmanuel Macron, presidente francés, peregrinó hasta Washington para susurrar al oído del republicano en defensa de Ucrania. Pronto seguirá sus pasos el británico Keir Starmer.
Tras la reunión, Macron elogió públicamente la «valentía» ucraniana frente al «agresor» ruso, pero —en un ejercicio de pragmatismo político— coincidió con Trump en la necesidad de acabar la guerra cuanto antes, sin importar demasiado en qué términos.
Londres, por su parte, desplegó su propio arsenal diplomático: más de cien nuevas sanciones contra individuos y entidades en Rusia, China y Corea del Norte sospechosos de «alimentar la maquinaria invasora».
En el Báltico y Escandinavia, los gobiernos que sienten la respiración rusa en su nuca prometieron incrementar el apoyo militar a Ucrania. Un acto de solidaridad que también es de autopreservación, ahora que Washington ha cerrado parcialmente el grifo que mantenía viva la resistencia ucraniana en esta guerra que ha teñido de rojo el mapa europeo.