A Liberty «Libbie» Ashworth, de 18 años, le diagnosticaron cáncer de colon en estado 4 a los 14, tras años de síntomas ignorados por los médicos en Estados Unidos. Aunque llevaba desde sexto curso refiriendo dolores abdominales, heces sangrantes y pérdida de apetito, los profesionales restaron importancia a sus quejas. Sólo cuando el dolor se hizo insoportable y la llevaron al hospital, un examen reveló un tumor de tamaño considerable.
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“Antes estaba muy estreñida. Algo me pasaba en el estómago”, recuerda Libbie en una entrevista con Today. Durante años, los médicos atribuyeron sus síntomas a causas comunes en adolescentes, sugiriendo incluso que sus problemas eran psicológicos. “Casi me destroza, porque me dolía mucho oír a un profesional de la salud decir que todo estaba en mi cabeza”, añade.
Fue solo después de una crisis de dolor severo y una exploración de imagen que los médicos identificaron un tumor del tamaño de un pomelo presionando su columna vertebral. En diciembre de 2020, fue operada para extirparle parte del colon y comenzar el tratamiento contra el cáncer. Más tarde, las pruebas confirmaron que padecía el síndrome de Lynch, una enfermedad genética que aumenta el riesgo de varios tipos de cáncer.
“Fue muy frustrante. Pensaban que exagerábamos, pero siempre decíamos que algo iba mal”, dice Tim Ashworth, el padre de Libbie.
Libbie se sometió a quimioterapia e inmunoterapia, que al principio dieron buenos resultados. Sin embargo, cuando tenía 17 años, los análisis mostraron que la enfermedad había reaparecido. Los efectos secundarios eran graves, y su madre sospechó que podía tener una deficiencia de DPD, una enzima que ayuda al hígado a procesar la quimioterapia. Las pruebas confirmaron la enfermedad, lo que llevó a los médicos a reducir la dosis del tratamiento. “Era casi como si la medicación me estuviera matando”, afirma.
Actualmente participa en un ensayo clínico con tecnología CRISPR, que busca un tratamiento personalizado para combatir su cáncer. “El objetivo final es curarla”, dice su padre. A pesar de los retos, Libbie sigue bailando y ayudando a otros jóvenes con cáncer. “Siempre miro el lado positivo. Vivo cada día como si fuera el último, porque nunca se sabe lo que puede pasar”, afirma.