Cautelosos pero felices de poder salir de nuevo, los habitantes de Damasco se animaban el martes 10 de diciembre a salir de sus casas para comprar en el mercado o sentarse en los cafés, dos días después de que una coalición de grupos rebeldes tomara el control de la capital siria.  

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En la ciudad donde hombres armados con uniforme sustituyeron a los soldados y policías del gobierno de Bashar al Assad, derrocado el domingo, la vida vuelve lentamente a la normalidad.  

“Teníamos mucho miedo y estábamos muy tensos, pero decidimos salir y reanudar nuestra vida normal”, dijo Rania Diab, una doctora de 64 años, que se reunió con amigos en un café del barrio de Qassaa por primera vez desde la caída del gobierno.  

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“Pero seguimos siendo prudentes, hemos vuelto pronto a casa, la situación sigue sin estar clara”, añadió. Espera que “podamos vivir con normalidad en nuestro país, que se preserven nuestras libertades y que podamos vivir seguros y con libertad de expresión”

En un mercado popular de Bab Sreijeh, en el centro de Damasco, los residentes también respiran aliviados.  

Lina al Ustaz se atreve a salir el domingo de casa con su marido por primera vez desde la caída del gobierno para ir al mercado. Sonríe al ver y sentir el bullicio de vendedores y clientes.  

Vuelve al trabajo, “al fin y al cabo, hay que vivir bien”, dice una mujer de 57 años. “Estábamos un poco preocupados, pero desde el domingo ya no tenemos miedo”.

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Tras un momento de duda, confiesa que fue detenida en 2015 por las fuerzas gubernamentales. “Los sirios aman la vida y la vida sigue. Espero que el futuro sea mejor para los jóvenes”, afirmó.  

En una ofensiva relámpago lanzada el 27 de noviembre en el norte de Siria, una coalición de rebeldes liderada por islamistas radicales entró el domingo en Damasco, poniendo fin a más de 50 años de gobierno del clan Assad.

En las calles se arrancaron carteles de Bashar al Assad y la bandera de la revolución -verde, blanca y negra- sustituyó a la bandera oficial siria -roja, blanca y negra- adoptada bajo el gobierno de Hafez al Assad.  

Casquillos vacíos ensucian la inmensa plaza de los Omeyas, en el centro de Damasco, donde las celebraciones tienen lugar al son de la música revolucionaria.

Tras más de medio siglo de represión, la gente parece hablar entre sí con más libertad.

Hombres de distintos grupos rebeldes circulan uniformados, fuertemente armados y a veces enmascarados, por las calles de la capital. Soldados y policías del régimen abandonaron sus puestos en masa el domingo.  

En el cuartel general de la policía de Damasco toman posiciones agentes del autoproclamado gobierno rebelde de Idlib, cuyo líder, Mohammed al Bashir, fue nombrado el martes jefe de un gobierno de transición.  

Un hombre que se presenta como el nuevo jefe de la policía, pero se niega a dar su nombre, dijo a la AFP que comenzarán sus funciones en los próximos días.  

“Garantizaremos la seguridad de todos los edificios gubernamentales y mantendremos el orden en la capital”, declaró.  

En el corazón histórico de Damasco, los bares del barrio cristiano de Bab Tuma, donde normalmente se sirve alcohol, siguen cerrados, y los restaurantes que están abiertos no suelen ofrecer alcohol por precaución, a la espera de las normas de los nuevos gobernantes.