Los investigadores advierten de que el mundo es vulnerable a una erupción volcánica a gran escala, con el potencial de causar graves cambios climáticos y crisis humanitarias de proporciones alarmantes.
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Acontecimientos como la erupción del monte Tambora en Indonesia en 1815 muestran el impacto que puede tener un volcán. En aquella época, la actividad volcánica provocó un «año sin verano», redujo drásticamente las temperaturas globales, destruyó cosechas, provocó hambrunas a gran escala e incluso una pandemia de cólera. Ahora, los expertos sugieren que un suceso similar podría ocurrir a finales de este siglo.
Markus Stoffel, climatólogo de la Universidad de Ginebra, apunta a una probabilidad de 1 entre 6 de que se produzca una erupción masiva en los próximos 100 años. Estos fenómenos liberan grandes cantidades de dióxido de azufre en la estratosfera, creando partículas que reflejan la luz solar y enfrían temporalmente la Tierra. Sin embargo, en un planeta que ya se enfrenta a problemas climáticos, los impactos podrían agravarse.
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El calentamiento global intensifica los efectos del enfriamiento repentino provocado por las erupciones. Los océanos más cálidos alteran el equilibrio térmico global, mientras que los cambios en las condiciones climáticas, como el deshielo de los glaciares, pueden aumentar la actividad volcánica al reducir la presión en las cámaras de magma.
Las repercusiones de una gran erupción van más allá del clima. Los estudios indican que los descensos de las temperaturas regionales, como los registrados tras la erupción del Okmok en Alaska en el año 43 a.C., pueden enfriar hasta 7ºC zonas como Europa y el norte de África. Esto pondría en peligro la producción de alimentos, agravando la inseguridad alimentaria y desencadenando crisis políticas y sociales.
Económicamente, los daños podrían ser inmensos. Según estimaciones de Lloyd’s, un evento comparable al del Tambora generaría pérdidas de más de 3,6 billones de dólares en el primer año, sumando los daños a las infraestructuras, los sistemas sanitarios y la agricultura.
Aunque las erupciones de esta magnitud no pueden prevenirse, la planificación puede mitigar sus impactos. Los investigadores abogan por reforzar los sistemas de vigilancia, desarrollar estrategias de evacuación, crear reservas de alimentos y realizar simulaciones para evaluar escenarios extremos.
“El impacto de un acontecimiento de esta magnitud puede parecer lejano, pero sus consecuencias serían devastadoras y requieren atención inmediata”, subrayó Stoffel. La prevención y la preparación global son esenciales para minimizar los riesgos de un futuro marcado por el caos volcánico.