A finales de diciembre, un encuentro inesperado sacudió las bambalinas políticas en Estados Unidos. Bill Gates, el magnate de Microsoft y gran crítico de Donald Trump, solicitó una reunión con el presidente electo en Mar-a-Lago para hablar de salud pública. Sorprendentemente, Trump aceptó la propuesta y, días después, recibió a Gates en una cena privada de tres horas.

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Aunque Gates fue uno de los principales financiadores de la campaña de Kamala Harris contra Trump, el multimillonario CEO de la Fundación Gates se mostró «francamente impresionado» por la conversación. “Fue bastante completa”, dijo Gates, revelando que estaba “muy animado” por los planes del nuevo Gobierno. ¿El tema central? La erradicación de la polio, una enfermedad que está «muy cerca de ser eliminada» pero que podría resurgir si no se toman medidas urgentes. “Si se detiene, volverá a propagarse”, advirtió Gates al Wall Street Journal, citando el riesgo en regiones como Pakistán, Afganistán, Gaza y África.

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Esta explosiva reunión muestra un giro sorprendente: incluso con su donación de 50 millones de dólares a la campaña de Harris, Gates no dudó en elogiar a la nueva administración de Trump, una señal de que la política de salud pública puede trascender las barreras partidistas.