Hace un siglo, un hallazgo inesperado comenzó a cambiar nuestra comprensión sobre la evolución humana. En un día que parecía rutinario, Raymond Dart, anatomista australiano, recibió un paquete que alteraría el rumbo de la ciencia: el cráneo de un primate joven, encontrado en una cantera de Sudáfrica. Este fósil, conocido como el niño de Taung, se convertiría en la primera evidencia concreta de que los ancestros humanos habían surgido en África, desafiando las teorías predominantes de la época.

++ Científicos hallan un cachorro de tigre dientes de sable de 35.000 años momificado en hielo en Siberia

un hallazgo fortuito pero revolucionario

La historia del descubrimiento del niño de Taung tiene un comienzo peculiar. Dart, profesor de anatomía en la Universidad de Witwatersrand, recibió la inesperada entrega justo antes de la boda de un amigo, en la que él era padrino. A pesar de las súplicas de su esposa para que esperara, no pudo resistirse a inspeccionar las rocas enviadas desde la cantera de Taung. Entre los sedimentos, distinguió lo que parecía ser un cráneo incrustado en la piedra.

Utilizando una aguja de tejer, comenzó a retirar cuidadosamente el material calcáreo hasta revelar un rostro infantil con un conjunto de dientes de leche intacto. Pero lo más sorprendente estaba aún por descubrirse: la posición del foramen magno, la abertura donde la columna vertebral se conecta con el cráneo, indicaba que esta criatura caminaba erguida, una característica fundamental de los humanos.

++ El Papa Francisco recibió el alta después de más de un mes internado y aparece públicamente por primera vez

Dart comprendió de inmediato la importancia del hallazgo. El cerebro, aunque pequeño, era notablemente grande en comparación con los primates modernos. Además, la forma del cráneo, la frente y la mandíbula indicaban que no se trataba de un simple simio, sino de un ancestro temprano de los humanos.

la comunidad científica rechaza la idea

Convencido de haber encontrado un eslabón clave en la evolución humana, Dart envió su estudio a la prestigiosa revista Nature, donde describió la nueva especie como Australopithecus africanus, el “mono-hombre de África”. Sin embargo, en lugar de ser celebrado, su trabajo fue recibido con escepticismo y burlas.

La mayoría de los científicos de la época creían que los primeros humanos habían evolucionado en Asia o Europa. El descubrimiento del Homo erectus en Java y Pekín, junto con el supuesto “hombre de Piltdown” en Inglaterra (más tarde demostrado como un fraude), reforzaban esta idea. La noción de que un fósil africano podía ser un ancestro humano fue descartada casi de inmediato.

Dart fue duramente criticado. Lo acusaron de interpretar erróneamente el fósil y afirmaron que el cráneo pertenecía a un chimpancé. Sus colegas ridiculizaron su teoría y hasta acuñaron el término “Dartefactos” para referirse despectivamente a su afirmación de que los australopitecos usaban herramientas. Incluso recibió cartas de personas religiosas acusándolo de ir en contra de la creación divina.

La reivindicación de dart

Durante más de dos décadas, la comunidad científica ignoró el hallazgo de Dart. Sin embargo, en la década de 1940, nuevas evidencias comenzaron a inclinar la balanza a su favor. El anatomista Wilfrid Le Gros Clark analizó el fósil y concluyó que efectivamente estaba relacionado con los homínidos. Con el tiempo, el descubrimiento de más restos de Australopithecus en África, y finalmente el hallazgo de Lucy en 1974, confirmaron que el continente africano era el verdadero origen de la humanidad.

Hoy, el niño de Taung es reconocido como una de las piezas clave en la historia de la paleoantropología. Su descubrimiento marcó el inicio de una nueva comprensión sobre nuestros orígenes y reforzó la teoría de Darwin de que la evolución humana tuvo lugar en África.

Dart vivió lo suficiente para ver su teoría aceptada y celebrada. En 1984, su descubrimiento fue reconocido como uno de los más importantes del siglo XX, y cuatro años después, falleció a los 95 años.

El sitio donde se encontró el niño de Taung es ahora parte del Patrimonio Mundial de la UNESCO, consolidando su lugar en la historia como la prueba definitiva de que los primeros pasos de la humanidad se dieron en África.