Crecer en una familia disfuncional deja marcas profundas que no solo afectan la infancia, sino que también moldean la percepción que una persona tiene de sí misma y del mundo en la adultez. Según psicólogos como Bernardo Peña, estas familias no logran proporcionar el entorno necesario para que los niños se desarrollen de manera saludable y feliz, tanto física como emocionalmente. Esto puede deberse a múltiples factores: violencia doméstica, comunicación deficiente, falta de empatía o incluso estilos de crianza extremos, como el autoritarismo o la permisividad excesiva.

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La creencia de que hay que arreglar todo

Una de las consecuencias más comunes es la creencia de que se debe arreglar todo. Muchos adultos que crecieron en estas familias asumieron responsabilidades que no les correspondían desde temprana edad, como mediar en conflictos familiares o cuidar de sus hermanos. Esto les lleva a pensar que es su deber resolver cualquier problema a su alrededor, lo que resulta en agotamiento emocional y en un sentimiento constante de insuficiencia.

Normalizar comportamientos dañinos

Otra creencia limitante es la normalización de dinámicas familiares tóxicas. Frases que minimizan críticas o bromas hirientes, como “es solo su manera de ser” o “lo hace por tu bien”, son comunes en estos entornos. Sin embargo, este tipo de interacciones pueden erosionar la autoestima y generar ansiedad, especialmente si el individuo no reconoce que estas actitudes son perjudiciales y las acepta como normales.

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Evitar conflictos a toda costa

Evitar conflictos es otro patrón que se desarrolla en estas circunstancias. Quienes crecieron en familias donde las discusiones eran caóticas o destructivas, suelen temer expresar sus necesidades o sentimientos por miedo a generar tensiones. Este comportamiento, conocido como «complacer a las personas», a menudo lleva a sacrificar los propios deseos en favor de los demás, perpetuando un círculo de insatisfacción personal.

Reprimir las emociones

En muchas familias disfuncionales, la expresión de emociones es castigada o ignorada. Frases como “no llores por tonterías” o “los hombres no lloran” refuerzan la idea de que mostrar vulnerabilidad es un signo de debilidad. Esto puede provocar dificultades en la vida adulta para identificar y gestionar emociones, además de contribuir a problemas de salud mental como ansiedad o depresión.

Perfeccionismo y autoexigencia extrema

El perfeccionismo extremo es otra consecuencia habitual. Suele originarse en entornos donde las expectativas eran inalcanzables o las críticas constantes. Este patrón puede generar estrés, miedo al fracaso y una desconexión emocional con uno mismo.

Cuestionar el amor incondicional hacia la familia

Otra creencia limitante es la idea de que se debe amar incondicionalmente a la familia biológica, independientemente de cómo hayan tratado al individuo. Sin embargo, el amor mutuo no se basa únicamente en lazos de sangre, sino en el respeto y cuidado mutuos.

La sensación de no merecer ser amado

Finalmente, quizás la más dolorosa de estas creencias es la sensación de no merecer ser amado. Este pensamiento surge en personas que crecieron en ambientes donde el afecto era escaso o inexistente, llevándolas a cuestionar su propio valor.

Superar las creencias limitantes

Superar estas creencias es un proceso complejo, pero no imposible. Identificarlas es el primer paso para romper con los patrones del pasado. Buscar apoyo psicológico, rodearse de personas que ofrezcan relaciones sanas y practicar la autoaceptación son herramientas fundamentales para dejar atrás estas limitaciones y construir una vida basada en el respeto propio y la autenticidad.